Lo k'escu cho

domingo, 3 de febrero de 2008

Un accidente. Primera parte.

Cerré la portezuela del auto, me puse el cinturón, esperé a que Angel y Karina, subieran a la parte trasera del automóvil, después subió Mario a mi lado, cerró su puerta y eché a andar el motor.
Se escuchaba un agradable y ronco sonido que salía por el escape del auto, era como un gladiador apunto de salir a la explanada del gran circo romano.

Ajusté todos los espejos, el asiento que me sujetaba grácilmente, tomé el pomo de la palanca de velocidades, y esa energía que se siente antes de que algo extraordinario sucede, me comenzaba a invadir todo el cuerpo.

Pequeños escalofríos recorrían mis sentidos. Dos metros hacia atrás y ya no había más que un desafiante camino lleno de curvas que devorar. Estabamos ya en la orilla de la carretera, un auto pasó y después podía yo entrar a él.

Las primeras revoluciones que marcaba el auto se sentían como chorros de adrenalina disparándose por mi cuerpo. La primera velocidad quedó atrás a los 40 km/h. Con la segunda, y el viento entrando por las ventanas, creaba en mi una sensación agridulce; por una parte, aquel viento tan frío y por otra, un ardor que me provocaba por dentro el escuchar el rugido de ese motor que me pedía más y más.

Una curva se aproximaba, y la dirección parecía iniciar sola su recorrido, parecía que ese auto hubiera estado allí antes, anticipándose a todos mis movimientos. Salimos de la curva con gran brío, a pesar de la aparente independencia del auto, tuve que controlarlo ya que casi mordía el acotamiento casi inexistente en esa angosta carretera.


Ese pasaje y ese auto parecían hablarme al oído y pedirme ir aún más rápido. Ibamos ya a 90 km/h pero no podía escuchar a mi consciencia decirme que eso no tenía sentido. Mediante el volante y la palanca, mis manos parecían comunicarme mensajes de velocidad desenfrenada.

Metí la cuarta velocidad y oprimí el acelerador, no tuve tiempo de ver qué es lo que mis tres amigos pensaban, pero por un momento parecía que era solo aquél auto, el silencio ensordecedor del viento en la carretera y yo.

Un auto más adelante me dificultaba seguir aumentando la velocidad. A 130 km/h, aquél auto quedó atrás tan rápido como otro árbol más en el camino.
En ese instante desperté de un aparente trance, de una neblina que me impedía ver qué es lo que pasaba. En aquel instante, sólo unos segundos antes, desperté.

Algo dentro de mí, me decía que era demasiado tarde. En la esquina de mi visión, alcancé a ver el velocímetro, no podía creerlo, 150 km/h y estabamos entrando en una curva cerrada. Inmediatamente cambié mi pie hacia el otro pedal y lo oprimí con fuerza, sólo escuché una risa macabra en aquel rugido de llantas y máquina.
Pese a mi reacción, todo era demasiado tarde, no habría forma que lograra tomar de nuevo el camino, sólo recuerdo haber tomado el volante que se sentía como si fuera de espinas clavándose en mis manos y la trayectoria hacia donde nos dirigíamos.

2 comentarios:

Stephen Gordon dijo...

Eso de verdad paso? porque de verdad se sintio adrenalina y un extraño nerviosismo. ¿QUE PASO DESPUES?

Miguel Talamantes dijo...

Estoy escribiendo las siguientes partes todavía.
Y sí, fue un hecho real.

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